Por Marco Aurelio Rodríguez
―Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
Vienes a recoger las flores que cortaste,
Y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
Como una gran flor de lis, la blanca Ofelia flotar
(Arthur Rimbaud).
Ofelia, desde mucho antes que Shakespeare, alude al sueño de la princesa dormida, sumida en las aguas de los bosques encantados.
Prometida del atormentado príncipe Hamlet, enloquece cuando éste, por confusión, mata a su padre Polonio y chambelán de Hamlet. En su desvarío, Ofelia vagabundea junto a un lago, recogiendo flores, y muere ahogada en sus aguas inútiles. El nombre “Ofelia” podría estar inspirado en el griego he ofeleía (el socorro, la ayuda) o quizás derivar de la palabra griega apheleia, que quiere decir inocencia.
Los símbolos son un coeficiente de los misterios del espíritu humano que el arte presiente y reconvierte a cada momento. Es lícito pensar que Shakespeare, en el nicho del agua, en esa cripta, salvaguarda la dulzura, la sencillez, el candor, la sinceridad, la delicadeza (en los sentimientos y en los actos) y, sobre todo, la inocencia de una niña impoluta, tanto en su forma de relacionarse con su hermano hasta la sumisión y humildad que muestra hacia su padre, o por su timidez en presencia del amante frente al estremecimiento de su delirio.
El agua es ―para Cirlot― el elemento “mediador entre la vida y la muerte, en la doble corriente positiva y negativa, de creación y destrucción”. El agua primitiva de la vida y las aguas finales del inconsciente.
El agua, de por sí amorfa, no asiste a otra representación más que a la de Ofelia a modo de sinécdoque (su cabellera infinita, su cuerpo de niña que juega un sueño incorrupto). Su figura connota la atracción hermosa de la muerte que seduce a los poetas “en una gradual progresión que lleva al sujeto a desear no ser en lugar de ser, ese anhelo oscuro que también animaba el soliloquio de Hamlet”.
El agua (el río) muestra voluntad de bosque que seduce y atrae a su jergón, de meandro que inunda a la doncella, como en El laberinto del Fauno (inspirada rotundamente en el relato El libro verde, de Arthur Machen), esa niña-Ofelia asesinada por su ogro-padrastro.
Ana María, La Amortajada de Mª Luisa Bombal, que “no ignora que la masa sombría de una cabellera desplegada presta a toda mujer extendida y durmiendo un ceño de misterio, un perturbador encanto” (10) , es la imagen de la princesa dormida. Lo mismo que todos los personajes de la Bombal. Y, de modo semejante que la Bombal con sus personajes femeninos, Ana María revive a su madre: “Algo así como un perfume flotaba alrededor de la tierna evocación” (35).
Recuerdo el caso de una anciana que, al despedirse de su hermana que yacía en una caja mortuoria, veía a través del vidrio la imagen de sí misma. ¡Eran idénticas, la viva y la muerta separadas por un espejo de agua! La cripta es un espejo donde se refleja el mundo. La cripta es un espejo que piensa el mundo. Cuando la Bella Durmiente es abatida en su sueño de cien años, “todos se durmieron, para no despertarse más que en el momento en el cual lo hiciera su dueña, a fin de estar dispuestos a servirla en cuanto ella los necesitase, e igual sucedió con los asadores que se encontraban encima del fuego llenos de perdices y faisanes, pues se unieron en el sueño, inmovilizándose, como también las llamas”.
¿Qué le ocurre a La Amortajada con su esposo? ¿Puede reflejar su ser en él…?
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